domingo, 9 de diciembre de 2012

El mercado de los desesperados




Cuando mi abuelo Juan Agulló era niño, su abuelo le contaba una terrible y sobrecogedora historia sobre un hombre enfermo que, viajando por el camino viejo de Alicante a Elche, murió en el trayecto, muy cerca de la casa de los peones camineros de Torrellano. Contaba cómo tuvieron que cavar apresuradamente un gran hoyo bajo un algarrobo que estaba junto al camino, para poder enterrarlo allí, sin conocer si quiera su nombre.
Durante el siglo XIX Alicante y Elche sufrieron varias devastadoras epidemias, pero la peor de todas ellas fue la fiebre amarilla, mas conocida como vómito negro. Ésta era una exótica enfermedad proveniente del trópico, desconocida hasta la fecha en España, no sabiendo los médicos como enfrentarse a ella.
La enfermedad la transmitía un mosquito y sus síntomas eran en un primer momento nauseas, cefalea y fiebre muy alta, pasando a la fase tóxica con ictericia, vómito de sangre coagulada, fallo renal o hepático, coma y muerte.
Cuando se declaraba la enfermedad las autoridades impotentes sólo podían tomar dos medidas: la primera que se creara un estricto cordón sanitario donde ni la población ni las mercancías pudieran salir de la ciudad y así evitar que la enfermedad se propagara a otros pueblos, y la segunda encomendarse a Dios.

"Episodio de Fiebre Amarilla" - Juan Manuel Blanes
En julio de 1804, en Alicante, se declaró la enfermedad. Inmediatamente el gobierno de Godoy ordenó un fuerte cordón sanitario a la ciudad encomendando tal misión al mariscal Pedro Buck y O´Donell al mando del regimiento América, quien puso su puesto de mando en Elche. Cerró la ciudad a cal y canto delimitando el municipio clavando estacas unidas por cuerdas y construyendo unas barracas equidistantes donde se desplegaron los soldados. Nadie ni nada podía salir de la ciudad sin la vigilancia oportuna, incluso las cartas del gobernador de Alicante, José Betegón, dirigidas al responsable del cordón, eran desinfectadas.
Las consecuencias de estar cerrada la ciudad eran terribles, aquello pasaba a ser un campo de confinamiento, toda actividad económica se paralizaba, no había dinero, no entraba comida, sólo cabía esperar a que los enfermos tuvieran que morir y cuando dejaran de hacerlo esperar una larga cuarentena. Algunos morían simplemente de hambre.
La entrada de vivieres se producía a través de tres únicos mercados autorizados donde vecinos y feriantes acudían para comerciar, siendo el mas problemático de todos ellos el situado en el Portichol de Torrellano. Allí acudían gran cantidad de comerciantes y labradores de la zona que con sus paradas, carros, galeras, mercancías, mulas y asnos atados a los algarrobos formaban un caótico campamento, y por el lado alicantino acudían los enfermos y famélicos compradores. Entre medio los militares que guardaban el cordón sanitario “de modo que los vendedores y compradores no tengan roce y haciéndose pasar por vinagre el dinero”.
También acudían multitud de curiosos “porque por aquí son de tal especie que si se les dejara, todos irían a ver los contagiados” “los tengo por unos barbaros y protectores de todos los males” expresaba el mariscal en su correspondencia.
Los comerciantes, aprovechándose de las grandes necesidades de los alicantinos, solían estafarlos, lo que provocaba gritos e insultos mutuos. Se dió el caso de que un alicantino cansado de las tretas de los labradores se abalanzó sobre un vendedor de granadas con el que consiguió tener contacto físico diciéndole: “ahora seremos iguales”.
 En ocasiones los pobres hambrientos se abalanzaban sobre los puestos de comida lo que provocaba graves disturbios que los soldados no dudaban en poner cruelmente en orden a base de culatazos de fusil. Algunos vecinos lograban escapar, como José García, quien fue encontrado por los húsares del Numancia a media legua de Elche, “pasándolo por las armas” por “desertor del lazareto”.
Los militares vivían en el lado alicantino y pasaban parecidas penurias que ellos “los soldados del cordón inmediato a la costa carecen de pan y de todo sustento” y pedían ayuda a los ilicitanos pues “no se les puede enviar cosa alguna” desde Alicante. Esto provocó alguna deserción y también que cometieran excesos de toda índole “tengo cada día quejas del Sargento de América en el Portichuelo, que de nada hace caso y permite que vayan a la inmediación de los guardas del mercado caballerías, coches y mujeres con quien se divierte” “allí crea V.S. que se necesita un hombre de bigotes”, escribió el curtido militar. Para colmo del caos la tropa no conocía la lengua de los vecinos –el valenciano-, lo que provocaba problemas de comunicación, por lo que finalmente se decidió poner al mando del Portichuelo un hombre de plena confianza de Buck y “sabedor de la lengua del país”.
A las 9 de la mañana del 25 de enero de 1805 se reunieron en la casa de Vicente Llacer, situada muy cerca del Portichol, Pedro Buck y el gobernador de Alicante donde se trató el modo que al día siguiente debía de abrirse la ciudad, el puerto y la fábrica de cigarros.
En el verano de 1811 la fiebre amarilla atacó Elche. Dejando de lado el mosquito que contagia la enfermedad, la culpable de todo aquel horror fue la ignorancia, pero no la del desconocimiento, otra peor, la de pensar saber mas que los sabios.

Cuando todo comenzó se tenía conocimiento de que la enfermedad estaba causando estragos en Cartagena, por ello todas las poblaciones tomaron medidas como la de no dejar entrar al que procediera de dicho lugar. Un regimiento de catalanes procedente de aquella ciudad llegó a Elche y solicitó su entrada, pero conociendo su procedencia fue denegada, y el regimiento continuó su marcha hacia Alicante donde tambien se le negó la entrada. Los soldados volvieron sobre sus pasos y solicitaron de nuevo a las autoridades ilicitanas su entrada, algunos se negaron en rotundo como el doctor Vicente Mira, pero los militares finalmente les convencieron para que les dejaran pernoctar, sin saber la desgracia que iban a producir. A los tres días cayó enfermo un oficial y un soldado, el primero murió en la casa de quien le alojaba y el segundo en el hospital, posteriormente los moradores de las casas donde se alojaron cayeron enfermos, a lo que llamaron al médico Diego Navarro quien diagnosticó: fiebre amarilla y de la "refinada".
Se acercaban las fiestas de agosto y la Junta de Sanidad no se atrevía a tomar serias medidas para atajar el problema y que llevarían consigo el consiguiente cordón sanitario, pero el doctor Navarro insistió en que se suspendieran las fiestas por el peligro que existía de propagación de la enfermedad. No le prestaron la atención debida, e incluso se vio obligado a correr por las calles para poder zafarse de un enfurecido gentío que, por su propuesta de suspensión de las fiestas, estaba muy dispuesto a darle una paliza por ello.
Finalmente se celebraron las fiestas de la Asunción y mucha gente de fuera acudió a verla, llegaron alicantinos, pero al terminar la función y al regresar a su ciudad se encontraron con que sus convecinos les habían cerraron las murallas y no les dejaron entrar por venir de Elche.
Las autoridades organizaron precipitadamente una serie de lazaretos y hospitales para atender a los enfermos. Se ordenó que en todas las casas que hubieran enfermos se pusieran guardias, pero como éstos eran gentes muy pobres comían en las mismas casas de los enfermos, se contagiaban igualmente de la enfermedad.  Se impuso la pena de muerte a quien ocultase a un enfermo o no diera parte de ello. Morían diariamente doscientas personas, llegando a días de  cuatrocientas.
Por las mañanas el responsable de los enterradores recibía el parte diario de fallecidos y marcaba la ruta a seguir por la villa. Iban con tres carros presentándose en las casas y cuando tenían el carro lleno de cadáveres los llevaban a un solar cerca del pueblo, pues el antiguo cementerio estaba lleno. Al llegar descargaban los difuntos y los enterraban en unas zanjas destinadas al efecto. Con el paso del tiempo ese solar se convirtió en el que hoy conocemos como el cementerio viejo de Elche. Los sepultureros no daban abasto así que se decidió liberar 38 presos de la cárcel para que se encargaran de ese trabajo.
Cada día habían mas muertos, todos los médicos de la villa murieron así que enviaron de Valencia seis doctores. Todos ellos murieron. Se volvieron a enviar otros ocho médicos de la misma ciudad y de estos sólo sobrevivieron tres. De los treinta y ocho presos liberados sólo quedaron dos vivos. También fallecieron dieciséis sacerdotes, seis sacristanes, diecisiete frailes, cinco monjas, cinco individuos del Ayuntamiento, ocho alguaciles y doce caballeros y abogados. El que llevaba el registro de fallecidos cayó enfermo así que se nombraron dos nuevos, uno de los cuales no sabía ni leer ni escribir por lo que cuando le tocaba su turno hacía una raya en el libro registro para saber el número de fallecidos, de tal forma que mucha gente murió sin que quedara constancia de sus nombres y muchas familias enteras perecieron sin que nadie diera parte de ello, "escenas horrorosas se veían por todas partes".   
Ya nadie murió el día 27 de noviembre de 1811, asi que se impuso cuarentena al pueblo y unos días antes de que finalizase se mando que por la noche paseasen por las calles Elche los ganados de su término y se fumigaran todas las casas e iglesias, "es tanta la miseria que no puede verse sin dolor la multitud de huérfanos que hay por las calles pidiendo limosna para no perecer de hambre, sin encontrarse quien pueda socorrerles" no habiendo dinero para poder "cerrar de pared el territorio donde se han sepultado los contagiados, acabar de cubrir sus zanjas, blanquear el cuartel, emplomar las sepulturas donde se han enterrado con contagiados y otros objetos de sanidad, y nada de ello se ha podido realizar hasta ahora por falta de fondos, por haberse consumido en los gastos del contagio todos los públicos y privados, y lo que es más, no hay trigo alguno en este pueblo y su término; ni arroz, bacalao ni demás especies de primera necesidad, ni se puede pasar a otros términos a buscarles por la circunstancia de estar aún acordonados". Se calculó que murieron once mil personas quedando reducida la población a menos de la mitad, la mayor mortandad que se recuerda en la historia de Elche.

Todo lo explicado nos da una clara idea de que una serie de malas decisiones y de despropósitos llevaron al desastre pues si al comienzo se hubieran tomado estrictas medidas, quizás, se hubieran salvado muchas vidas.  
Varias décadas después, en 1870, Alicante volvió a ser azotada por la misma enfermedad. Afortunadamente los tiempos habían cambiado y la medicina había evolucionado.
En Elche hubo miedo a que la enfermedad atacara de nuevo al término municipal y al haber aprendido la dura lección del pasado se pudo evitar cometer los mismos errores. Así que en junta extraordinaria de fecha 10 de octubre de 1870, se tomaron una serie de medidas para evitar la enfermedad ordenando instalar un Lazareto lo mas alejado posible de Elche, concretamente en Torrellano.
Muchas familias huirían para escapar de la epidemia encaminándose por diversos caminos. Los que tomaron dirección a Elche, al cruzar el Portichol, se encontrarían con el Lazareto habilitado al efecto que era "un centro de precaución y vigilancia para impedir que se internen en esta villa las proredemias de Alicante ó de otro punto infectado sin haber sufrido antes los cinco días de rigurosa observación en el Lazareto" y no un inhumano “cordón sanitario como erróneamente se pretende”. 
Para obligar a los refugiados a permanecer confinados en dicho lugar se nombraron varios vigilantes que tenían la obligación de aplicar las medidas tomadas por la Junta de Sanidad "con mas rigor si es posible" El problema es que hubo quejas por el celo de dichos vigilantes, incluso se dijo que "algun individuo de dicha vigilancia se ha ejercido alguna coacción o atropello" rogándose "proceder a averiguarlo, á fin de que se le imponga el oportuno correctivo". Pero las autoridades seguían temiendo que se colara la enfermedad por otro camino distinto al nombrado, tomando la decisión de "que se cubra con seis hombres el punto ó camino de las Vallongas por donde es facil se introduzcan personas ó familias sin la previa observación conveniente".  Parece que hubo resultado y en esta ocasión Elche no se contagió.
Desconozco si aquella historia contada a mi abuelo tuvo algo que ver con alguna de las muchas epidemias que azotaron la zona durante el siglo XIX, pero pienso que, en ocasiones, las viejas narraciones que han pasado oralmente de generación en generación tienen, en el fondo, algo de cierto y merece la pena indagar en ellas para, en su caso, descubrir los motivos, las consecuencias o incluso la identidad misma de aquel pobre hombre que un día fue enterrado y abandonado en el olvido. 

Juan Francisco Mollá Agulló

Artículo publicado en El Crisol   01/12/2012

1 comentario:

  1. Asociación DUNASS El Altet14 de abril de 2013, 12:09

    El próximo domingo 21 de abril, vecinos de El Altet, Torrellano, y del resto del Campo y ciudad de Elche marcharemos en bici y a pie desde estos sitios hasta la terminal del aeropuerto para pedir una región aeroportuaria sostenible y por lo tanto más justa con los vecinos afectados y con el medio ambiente. Os animamos a todos a difundir y a participar, más aún siendo los principales afectados por el aeropuerto. La manifestación está convocada por la Asociación DUNASS de El Altet y por la Asociación de vecinos de Torrellano, y aquí podéis leer toda la información sobre la misma. Gracias.
    http://proyectodunasselaltet.blogspot.com.es/2013/03/recorrido-y-horarios-0900-am.html

    ResponderEliminar